27.5.16
Un perfil grotesco
Por Ro Melancolida - Colission, 26.1.2011
Franz Kafka: La metamorfosis
¿Qué es lo primero que se te viene a la cabeza cuando te dicen la palabra “grotesco”? ¿Piensas en vomito, la abuela de tu amigo en ropa interior o cuando tu gata dio a luz a sus crias? ¿Qué se puede considerar grotesco?
En este post responderemos esa pregunta desde un enfoque artístico. Podemos empezar con algunas palabras recurrentes en la descripción de este concepto:
Fantástico
Irreal/Real
Insólito
Antinatural
Extraño
Se puede describir como lo irreal creado con materiales reales y vuelve inconsistente lo que parecía familiar y sólido. Puede darse en escenarios distintos: Sobrenatural (paraíso/infierno) dónde la realidad se pierde como un sueño. O en un escenario real sin alteraciones hasta que un hecho fantástico y extraño sucede destruyendo el orden normal y habitual.
La categoría de lo grotesco nunca conto con la aprobación de la estética clasicista que hacia girar el universo estético en torno a lo bello. Fue condenada como “pintarrajear los muros con monstruos en lugar pintar imágenes claras del mundo de los objetos”
Lo grotesco aparece una y otra vez en la literatura y el arte, como lo prueban los ornamentos grotescos de Rafael en las galerías del Vaticano; la pintura de el Bosco y Pieter Bruegel, El viejo; la “Comedia del arte” en Italia y las estampas de Jacques Callot de sus representaciones; las comedias de Moliere, la novela prerrománica de Sterne, Vida y opiniones de Tristán Shandy; el Gargantúa y Pantagruel de Rebelais; la pintura negra y los aguafuerte de Goya …para encarnarse finalmente, de un modo ejemplar y ya más cerca de nuestro tiempo, en los cuentos de Hoffman, Edgar Allan Poe y Gogol. En tiempos más cercanos, lo grotesco se da, por ejemplo, en La metamorfosis de Kafka, la pintura surrealista de Salvador Dalí y las estampas de Kubin
Lo grotesco en El Bosco, Hoffmam, Poe y Gogol
En el tríptico El jardín de las delicias de El bosco, en la parte izquierda, se representa la creación de Eva en el paraíso terrenal. Cristo, el creador, presenta a Eva con Adán. Seres extraños y fantásticos los acompañaban: rocas de formas geométricas, una palmera con una serpiente enroscada; un dragón de tres cabezas saliendo del estanque, una fuente de la vida con una media luna en lo alto y un disco que le sirve de base mostrando un ojo con una lechuza acurrucada, animales y plantas raros, etc.
Todo esto se presenta con un realismo preciso y cargado de una simbología que tiene que ver con el cristianismo y la alquimia, pero su conjunto constituye un mundo extraño y absurdo, más por la extrañeza y antinaturalidad con que se presentan.
La parte central del tríptico representa un conjunto de figuras desnudas, de ambos sexos, que se entregan a las delicias del amor carnal. Lo que nos interesa señalar no es tanto el desenfado con que se presenta este mundo de pecados y pecadores, así como los símbolos asociados a las figuras animales, vegetales o animales, sino la audacia al mezclar en esta presentación lo más heterogéneo.
En los cuentos de Hoffman se conjugan el terror y lo maravilloso, la burla y la maldición, lo angelical y lo diabólico. Es por ello un mundo raro, desorganizado, fantástico y antinatural. Un mundo en el que lo misterioso se impone a lo claro. O como dice Hoffman “El hombre prefiere el peor de los temores a la explicación natural de aquello que, en su opinión, pertenece al mundo de los fantasmas; a ningún precio quiere satisfacerse con nuestro universo; desea ver algo que dependa de otro mundo, capaz de mantenerse sin mediación del cuerpo”
En el cuento de Edgar Allan Poe La Máscara de la muerte roja (1842), al descubrir las salas que un príncipe italiano a mandado construir en una abadía a la que se ha retirado por temor a la peste, encontramos algunos elementos que nos permitirán acercarnos a una definición de lo grotesco:
“Eran verdaderamente grotesca. Había mucho brillo y esplendor y mordacidad y cosas fantásticas…había figuras arabescas con los miembros torcidos y posiciones torcidas. Había engendros de delirio como se los imagina un loco. Había muchas cosas hermosas y no pocas capaces de provocar nauseas. En efecto en las siete salas deambulaban de acá para allá una enjambre de sueños. Y ellos –los sueños- se retorcían entrando y saliendo y adoptaban su color al de las salas y hacían parecer la música salvaje de la orquesta como si fuera el eco de sus pasos”
La descripción de un objeto real –las salas de una abadía- se hace aquí con los elementos más irreales y fantásticos. Y en esta mezcla y confución de lo fantástico, lo bello y lo repulsivo, lo que se describe no puede ser más antinatural, arbitrario y extraño.
Veamos ahora lo grotesco con una nueva faz: como parte de la realidad y mostrandose, por tanto con una envoltura realista. Es lo que hallamos en el cuento de Nikolai Gogol, La Nariz. La narración de Gogol no puede ser más realista, pero lo que se narra es algo fantástico, completamente irreal: La pérdida, búsqueda y recuperación de una nariz. Todo ello por extraño, por incomprensible, es inconsebible para el propio autor.
“Por aquello del decoro, Iván Yákovlevich endosó su frac encima del camisón de dormir, se sentó a la mesa provisto de sal y dos cebollas, empuñó un cuchillo y se puso a cortar el panecillo con aire solemne. Cuando lo hubo cortado en dos se fijó en una de las mitades y, muy sorprendido, descubrió un cuerpo blanquecino entre la miga. Iván Yákovlevich lo tanteó con cuidado, valiéndose del cuchillo, y lo palpó. «¡Está duro! -se dijo para sus adentros-. ¿Qué podrá ser?»
Metió dos dedos y sacó… ¡una nariz! Iván Yákovlevich estaba pasmado. Se restregó los ojos, volvió a palpar aquel objeto: nada, que era una nariz. ¡Una nariz! Y, además, parecía ser la de algún conocido. El horror se pintó en el rostro de Iván Yákovlevich. Sin embargo, aquel horror no era nada, comparado con la indignación que se adueñó de su esposa.
-¿Dónde has cortado esa nariz, so fiera? -gritó con ira-. ¡Bribón! ¡Borracho! Yo misma daré parte de ti a la policía. ¡Habrase visto, el bribón! Claro, así he oído yo quejarse ya a tres parroquianos. Dicen que, cuando los afeitas, les pegas tales tirones de narices que ni saben cómo no te quedas con ellas entre los dedos.
Mientras tanto, Iván Yákovlevich parecía más muerto que vivo. Acababa de darse cuenta de que aquella nariz era nada menos que la del asesor colegiado Kovaliov, a quien afeitaba los miércoles y los domingos.”
Nicolai Gogol, La nariz y otros cuentos, Obsidiana Press
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