5.4.08

El todo mezclado




Luís A. Bracho, "Una aproximación a la estética de lo Grotesco, Estética, No. 9, Diciembre 2006, pp. 41-46 (SABER, Publicaciones electrónicas de la Universidad de los Andes, Mérida (Venezuela), pdf, accedido: 05.04.08).

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Una aproximación a la estética de lo Grotesco

Esa zona bastante grande de la sociedad, que nunca he sabido por qué se denomina "margen", cuando en verdad ocupa casi toda la página. Ernesto Sábato

El silencio precedió lo inevitable, el pequeño gran estallido: murmullo convertido en luz para devenir en grito. Luego todo es naturaleza, tiempo innombrable e inmutable. Llega el hombre y con él, Dios; surge el espacio, lo nombrado: grito humano que viaja de un extremo a otro. La presencia del viejo “espíritu” se planta y se hace dueño absoluto del espacio que sustenta toda su carga. El tiempo se quiebra, se hace expresión del orden impuesto por la razón.

El “nuevo mundo” se forja bajo la sombra de un parto difícil y mal llevado. Sus entrañas fueron desgarradas, en su lugar implantaron frutos secos y otros en estado de descomposición. Pero, de ese mal parto floreció el “todo mezclado”, éste se levanto con un swing distinto, cantando y danzando al son y al ritmo de otras notas y registros, colmado de contradicciones y de esperanzas. Su rostro se configuró en base al indo- afro- ibero, ello posibilito una manera de estar en el mundo. El mito es manifestación del “estar ahí”, es comunión y reconciliación, es tiempo y espacio propio que nutre un modo de ser, es eco que anida en el hombre de paja, de maíz, de barro, para reproducirse y transformarse en verbo.

El mito hecho palabra ordena el “nuevo mundo”. El espíritu ancestral es cobijado por la montaña, ésta se vuelve su hogar, su lugar de existencia. El hombre de semblante mezclado crea y recrea lo que la “voz” en forma de pájaro, viento y río le va murmurando. El “todo mezclado” se comunica, armoniza y comulga con el “espíritu” a través del mito: se vuelven parte de una misma cosa. Como lo dice Carlos Fuentes: “… Los hombres y las mujeres hacen su propia historia y lo primero que hacen es el lenguaje y, sus mitos y luego sus obras de arte, sus costumbres…”.

El arribo del español cargado de deseos, miserias y violencia, significó un desbordamiento que sobrepaso al hombre que habitó en estas latitudes, pero, además, trajo consigo un salvajismo jamás visto. Se presenta como un animal vestido de hombre guiado por un Dios irreconciliable.
El europeo “civilizado” implanta un modo de interaccionar, de comunicarse y de comulgar con un “espíritu” que no posee voz. Este conquistador quiso civilizar lo ya civilizado, y así domesticar lo natural. Sin embargo, en Latinoamérica el mito se fortaleció y proporcionó al sujeto un sentido, una manera de relacionarse y de comprender lo que lo sobrepasa; abundancia que se expresa en danzas, ritos, celebraciones y costumbres.
El extranjero aborda las tierras descubiertas y comienza a construir una historia desde allá, ignorando el aquí, detalle que nos separa y diferencia. El aquí y el allá es distancia insalvable,
irreductible, nos aparta y nos permite tomar postura ante el salvajismo y el eurocentrismo que percibe en estos parajes el retorno de la “Edad de Oro”.

Giambattista Vico, reclama para el “nuevo mundo” una historia más humana, la cual se convierta en una respuesta al eurocentrismo. Este filósofo revivido por la voz de Fuentes, nos

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dice: “Sólo podemos conocer lo que nosotros mismos hemos hecho; la historia es nuestra propia fabricación; debemos conocerla porque es nuestra y porque debemos continuar haciéndola y recordándola. Si somos creadores de la historia, mantenerla es nuestro deber” (p. 32). Latinoamérica, poco a poco, ha comenzado a construir su historia, llena de imperfecciones y contradicciones, pero nuestra, sin detenerse, como dice Bandeira, en esa gramática “raquítica y sifilítica”.

Latinoamérica en su transito se ha vestido de fiesta y de funeraria, ha visto como se desgasta y se reinventa en el tiempo. Pero en ella, algo habita, “un no sé qué, tu sabes”; una diversidad que nos enriquece y nos empobrece. Sin embargo, al ritmo del cuero hemos construido mil historias, no una. Es menester confesar que no somos como los europeos, ordenados como un reloj suizo, fríos y calculadores. En el latinoamericano reside el “todo mezclado”, ese cruce, ese flujo y reflujo que se expresa desde la milonga gaucha, pasando por la samba, la salsa, la gaita, la ranchera, hasta la cumbia y el ballenato.

Es un torrente que se desparrama en todos los sentidos y colma toda manifestación. Las letras de América Latina son expresión de ese “no sé qué”, el cual configura, sin rigor ni orden, un espacio y una mirada. Esta mirada centrada en el reconocimiento ha podido dignificar una tierra y una cultura. La literatura latinoamericana es parte de la cristalización del “todo mezclado”, éste es la fuente que nos renueva y aniquila.

En la mirada del latinoamericano no encontramos integrado un “proyecto racional” de “La Historia”; más bien, preferimos la fábula, por ejemplo, presenciar la peste en el pueblo de “Ortiz”, acompañar en Cómala, con la piel erizada, a Pedro Páramo, detenernos en la mirada apacible del ciego que nos lee su informe, caer seducidos por la voz suave y pícara de María Calcaño, quedar insomne con el Gaspar que “deja que a la tierra de Ilóm le roben el sueño de los ojos”, no saber si este o aquel Aureliano nos embarco en la travesía a Macondo, detenerse a llorar o a gritar ante el “yo no sé” de “Los Heraldos Negros”, aceptar que somos un jardín que se bifurca, creer en Un lugar sin límites, suspirar ante el arresto del asesino de la “Rue Morgue”, sonreír por el “Graffiti” que nos enamoro y porque “Queremos tanto a Glenda”.

La fragmentación diluye toda posibilidad de una historia que aprehenda la totalidad que somos. La literatura nos lo vive recordando: somos la síntesis de lo inacabado. La América de habla hispana es un lienzo multicolor, inundado de contrastes que reflejan la imperfección del artista. La multiplicidad de sentido que supone lo fragmentario configura las sociedades latinoamericanas; en sus ciudades encontramos eso que no se nombra, pero se vive, el “todo mezclado”. En cada obra de arte, en la escultura, en la música, en todo quiebre de cintura, giro, tono, trazo, se manifiesta nuestro origen.

El orden y la armonía no son estados que nos constituyen, la tensión de las distintas líneas de fuerzas que se encuentran hacen que seamos telúricos, contradictorios, inestables, discontinuos. La lógica aristotélica es un elemento más, la “mezcla” generó una lógica distinta que prevalece. Es por ello que “orden y progreso” no son nuestras primeras necesidades. Por el

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contrario, preferimos lo indecible, eso que se comparte en silencio y no se nombra: el mito y la utopía. En Los pasos perdidos, Carpentier, nos lo recuerda a cada instante.

La historia política de América Latina se caracteriza por su fragmentación y discontinuidad. Sin embargo, Lezama Lima, en La expresión americana, nos habla de las “eras imaginarias” que posibilitan percibir y proyectar una continuidad en nuestra historia cultural. La imaginación concebida como historia permite vincular, según Fuentes, la vida del latinoamericano en “la continuidad de los mitos, indígenas y europeos; de la conquista y de la contraconquista; del barroco y de la utopía…” (p. 215). Las “eras imaginarias” significan el despliegue del potencial para la creación de imágenes. En la conformación de un tipo de imaginación es que podemos registrar y descifrar el devenir de una cultura.

La historia entendida como “eras imaginarias” se convierte en una forma de conciliar las manifestaciones artísticas que han servido de soporte a nuestra cultura. Sin embargo, la pugna entre los dos sistemas de valores, el latinoamericano y el europeo, persiste y se impone como líneas de fuerza que esbozan la dinámica y la configuración social de América Latina.

La mirada del indo- afro- ibero se identifica y diferencia del europeo, esto no significa negar que los aportes y perspectivas desarrolladas desde el viejo continente no nos hayan constituido. Por el contrario, reconocemos que son parte del modo de ser del latinoamericano. Es por ello que las distintas “eras imaginarias” que conforman nuestra historia, continuas a ratos, han perfilado
una literatura, una música, una arquitectura que de alguna manera nos vive caracterizando.

El devenir de América Latina, siguiendo a Lezama Lima, ha plasmado una serie de “eras imaginarias”, las cuales han boceteado igual número de estéticas. Desde esta perspectiva, las “eras” han configurado un modo de ser (ética) y una manera de sentir juntos (estética), una forma de percibir el “estado del sentimiento del hombre en relación con lo bello”. Esto es, han considerado lo bello en la medida que se encuentra vinculado con el sentir de la persona.

La estética en esta “era imaginaria” que nos habita ha sido cruzada por los cambios y transformaciones que ha generado el proceso de globalización y de mass- mediatización. En este sentido, podemos decir que las sociedades latinoamericanas, como tantas otras, se están reconfigurado en correspondencia con la “condición epocal”. En las organizaciones sociales contemporáneas, cada vez más fragmentadas, la dinámica y la configuración social esta cambiando, es decir, se percibe una variación en el modo en que los individuos se relacionan y en la manera de comprender dichas relaciones.

Estos cambios hacia el interior de las sociedades latinoamericanas han generado un nuevo esteticismo: expresión de la cultura de masa que se expande con un poder demoledor en todo el cuerpo social. Esta situación la grafica Michel Maffesoli, este sociólogo propone un paradigma estético, o esteticismo, que se presenta como aquella condición que posibilita comprender e interpretar la realidad social. Es un sistema abierto que plantea nociones más que conceptos cerrados y acabados.

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El esteticismo que se origina en el seno de las sociedades fragmentadas esta dando cuenta de un conjunto de valores que se distancian de los establecidos por las instituciones. La condición camaleónica del sujeto (multiplicidad del yo) le permite integrarse en una diversidad de “escenarios y situaciones”, es decir, facilita el movimiento de vaivén entre la tribu y la masa. Esta interacción tribal implica un experimentar y un sentir en común.

El paradigma estético propuesto por Maffesoli posibilita interpretar la realidad social, esto es, dar cuenta de la dinámica y configuración social de nuestra fragmentada sociedad. En este contexto se percibe la cristalización de una estética que se centra en la proxemia, en el experimentar y sentir en común. Desde esta perspectiva, una manera de percibir el sentir juntos que se está gestando hacia el interior de las sociedades latinoamericanas, es lo que intentaremos llamar una estética de lo grotesco.

El significado de la expresión grotesco no deja de presentar cierta complejidad, por una parte, se refiere a lo “ridículo y lo extravagante, también lo irregular, grosero y de mal gusto”. En el contexto literario, donde ha sido desarrollada como categoría, Bajtin lo define como “una exageración premeditada, una reconstrucción desfigurada de la naturaleza, una unión de objetos imposibles en principio tanto en la naturaleza como en nuestra experiencia cotidiana, con una gran insistencia en el aspecto material, perceptible, de la forma así creada”. (Forradellas, 1991, p. 191)

Lo grotesco no deja de estar vinculado a la sátira, a lo cómico, a lo absurdo, de allí que genere una multitud de ideas que se han cristalizado en la literatura, en la pintura, en el teatro. Para Wolfang Kayser, lo grotesco se caracteriza por el juego con lo absurdo, el cual posibilita “invocar y someter los elementos demoníacos del mundo”. Este juego facilita plasmar la realidad social donde reina y prevalecen los contrastes, la miseria humana, la injusticia, etc. Por ejemplo, en la obra de José Rafael Pocaterra, el término grotesco adquiere el sentido de una crítica social y una postura política ante las atrocidades del régimen dictatorial del General José Vicente Gómez. En sus cuentos y novelas colmados de realismo, Pocaterra, grafica con ironía y sátira la realidad social venezolana.

Entre los aspectos que más resaltan del término grotesco encontramos su afán por violentar el orden natural y racional, el cual se manifiesta en la producción de des- armonías, en el rompimiento de simetrías, en propiciar desequilibrios, en la mezcla de contrarios. Sin embargo, el vocablo grotesco lo tomaremos en otro sentido, no lo desvinculamos del sentir común, de la experiencia del estar junto. Es por ello que esta expresión se redimensiona en la “condición epocal” que nos habita, pero sin perder su fuerza originaria. Es decir, tomamos su naturaleza violenta, de ruptura con el orden impuesto, de desequilibrio, y en especial el poder de mezclar todo.

Lo grotesco, visto así, esta dando cuenta de un conjunto de manifestaciones subterráneas que forman parte de la cotidianidad de las personas. En este sentido, concebimos que uno de

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los aspectos centrales que caracteriza a la estética de lo grotesco es lo efímero. La noción que estamos boceteando, en clave propositiva, intenta dar cuenta de los códigos y valores extra-institucionales para ponerlos en consonancia con los tiempos tribales que están configurando las sociedades latinoamericanas.

La estética de lo grotesco ya se percibe y se siente en las diversas expresiones artísticas: en la música, la literatura, el teatro, el cine, hasta en la moda. Desde esta perspectiva, podemos señalar que en el seno de nuestras sociedades fragmentadas el “todo mezclado” se manifiesta con más fuerza que nunca. Este elemento originario se coloca la mascara de lo efímero, y canaliza parte de su potencial. Es por ello que esta estética no se centra en los patrones sociales que se imponen, por el contrario, los diluye, los fragmenta, en otras palabras los hace efímeros. La estética de lo grotesco al centrarse en lo efímero y en la experiencia de estar juntos, redimensiona su papel. Es decir, posibilita dar cuenta de la cristalización de los valores que se constituyen hacia el interior de las tribus urbanas.

El aspecto efímero que se encuentra presente en esta estética supone dos momentos, por una parte, nos indica el carácter transitorio, efervescente de los códigos que se conforman en los grupos urbanos. Esto significa, que los estilos, las jergas, los símbolos, los ritmos tienen una corta vida, no se consolidan en el tiempo. Por la otra, nos muestra su naturaleza violenta y transgresora de los valores establecidos. Las tribus en su necesidad de expresar originalidad y en la búsqueda constante de lo novedoso, se concentran en crear e identificarse con valores propios que surgen de su interior. Es por ello que no se reconocen en el deber ser impuesto por las instituciones.

Los valores surgidos de las tribus urbanas son la expresión de la estética de lo grotesco. Estos códigos impactan en la masa y son asimilados de un modo transitorio, lo cual permite el establecimiento de espacios de identificación que no llegan a consolidarse plenamente. Esta estética se

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reconstituye constantemente por el flujo y reflujo de información que generan los medios de difusión.

El desarrollo tecnológico de las comunicaciones ha posibilitado una oleada de mensajes que satura y banaliza las manifestaciones sociales de los grupos urbanos que tienen vida en las grandes metrópolis. En este sentido, los medios, sin proponérselo, han incentivado, dinamizado y legitimado la lógica de lo efímero que se desprende de las tribus. Por ejemplo, no es extraño observar por cualquier canal de televisión el culto que se les rinde a los cantantes de Rap que han sido asesinados violentamente.

La pugna entre las distintas tribus es una dinámica que se ha extendido a todos los espacios del cuerpo social. La publicidad que pone a circular esta realidad ha posibilitado, en parte, la cristalización de una estética de lo grotesco. Los registros que nos llegan por distintos medios indican que se esta imponiendo una lógica distinta en el interior del mundo social. Desde esta perspectiva, podemos señalar que el desarrollo tecnológico, la técnica, ha impulsado el despliegue de una dinámica y una configuración social que se encuentra en plena transformación.

La estética de lo grotesco que hemos esbozado, tímidamente, es una noción que nos permite desplegar un horizonte interpretativo, el cual posibilita una aproximación a la realidad de las sociedades de América Latina. En este sentido, entendemos que los códigos generados por los grupos urbanos no son grotescos por ser absurdos, por ridiculizar, por satirizar, por contraponer y mezclar lo animal y lo humano, sino por ser sobre todo efímeros, por violentar los valores institucionales, el “Deber Ser”, por ser la expresión de un conjunto de pautas agresivas.

Finalmente, los medios de comunicación de masas han legitimado este tipo de estética. En las tribus empatía, la proxemia, la experiencia de compartir con el otro, como hemos dicho, genera unos valores propios que son difundidos por los medios, y terminan siendo aceptados, en menor o mayor grado, por la colectividad. Esto nos lleva a pensar que la indagación y la aproximación a la realidad social de las sociedades latinoamericanas contemporáneas, amerita actualizar y poner en consonancia su instrumental epistemológico con el estado de cosas que se están desarrollando en esta “condición epocal”.

El “todo mezclado” que funge como origen de nuestro modo de ser, se manifiesta en las grandes urbes con ritmos y danzas distintas a las ancestrales. Pero al son del cuero sigue latiendo
esa fuerza mítica, la cual se expresa a través de las modulaciones que nos configuran como sociedad. La estética de lo grotesco esta preñada de vitalismo y de contradicciones, pero continúa preservando el aliento originario del “todo mezclado”.

Bibliografía
Fuentes, C. Valiente mundo nuevo, México: Fondo de cultura Económic, 1990
Heidegger, M. Nietzsche, Barcelona: Destino, 2000
Kayser, W. Lo Grotesco, Buenos Aires: Nova, 1964
Maffesoli, M. El tiempo de las tribus, España: Icaria, 1995
_____. Elogio de la razón sensible, Buenos Aires: Paidós, 1997.
Marchese, A., y Forradillas, J. Diccionario de retórica, crítica y terminología literaria, Barcelona: Ariel, 1991
Vattimo, G. El fin de la modernidad, Barcelona: Gedisa, 1998
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